El Conocimiento: De las Piedras a la Internet
Desde el principio ha sido un anhelo, una vocación y una necesidad, en parte para permanecer, y en parte para trascender y comunicar a las nuevas generaciones. Me refiero al conocimiento.
Desde los albores de la humanidad, el deseo de transmitir conocimiento ha sido algo inherente a nosotros.
Debido a este impulso de compartir lo que sabemos, los primeros humanos comenzaron a dejar sus huellas en las piedras. Este mismo impulso ha guiado a la humanidad a través de los siglos, desde las pinturas rupestres hasta la escritura china, y finalmente, a la era digital en la que vivimos hoy.
En y con las Piedras
En las profundidades de las cuevas de Lascaux, en Francia, y Altamira, en España, los primeros humanos dejaron testimonio de su existencia a través de pinturas rupestres. Estas imágenes, que representan escenas de caza y figuras animales, no solo eran una forma de arte, sino también un medio para transmitir conocimientos esenciales para la supervivencia.
En África, las rocas de la región de Drakensberg en Sudáfrica cuentan historias similares, con figuras humanas y animales que danzan en un ritual eterno.
Una Piedra con Varios Puntos de Vista
En las orillas del Nilo, los antiguos egipcios desarrollaron una de las primeras formas de escritura: los jeroglíficos. Estos símbolos sagrados, grabados en las paredes de templos y tumbas, narraban historias de dioses y faraones, y transmitían conocimientos sobre astronomía, medicina y matemáticas.
Hay un artefacto que es famoso no solo por su contenido, sino por cómo fue descubierto y descifrado. Encontrada por soldados de Napoleón en 1799, la Piedra de Rosetta contiene el mismo texto en tres escrituras diferentes: jeroglíficos, demótico y griego. Fue gracias a esta piedra que los estudiosos pudieron finalmente descifrar los jeroglíficos egipcios, abriendo una ventana al vasto conocimiento de la antigua civilización egipcia.
La Piedra de Rosetta, descubierta en 1799, se convirtió en la clave para descifrar estos antiguos textos, revelando un mundo de sabiduría oculta.
Como dato, la Piedra Rosetta debe su nombre al pueblo de Rosetta, situado en el delta del Nilo, y conocido en árabe como Rashid.
Una Biblioteca hecha con Tablillas
En la fértil región entre los ríos Tigris y Éufrates, los sumerios inventaron la escritura cuneiforme alrededor del 3400 a.C. Estas tablillas de arcilla, inscritas con un punzón, registraban leyes, transacciones comerciales y epopeyas como la de Gilgamesh.
En el siglo VII a.C., el rey Asurbanipal de Asiria creó una de las primeras bibliotecas conocidas en Nínive. La Biblioteca de Asurbanipal. Esta biblioteca contenía miles de tablillas de arcilla con textos en escritura cuneiforme, abarcando temas desde la literatura hasta la ciencia y la magia.
Un hecho curioso es que Asurbanipal era uno de los pocos reyes que sabía leer y escribir, lo que le permitió supervisar personalmente la colección de textos.
Alejandro y sus cosas
En la antigua Grecia, los filósofos como Sócrates, Platón y Aristóteles debatían y enseñaban en las ágoras y academias. Sus ideas fueron registradas en pergaminos y papiros, muchos de los cuales se perdieron en el incendio de la Biblioteca de Alejandría.
En el corazón de la antigua ciudad de Alejandría, fundada por Alejandro Magno, surgió un faro de conocimiento que iluminó el mundo antiguo: la Biblioteca de Alejandría. Fue Ptolomeo I Sóter, uno de los generales de Alejandro, quien concibió la idea de crear un centro de saber que rivalizara con las maravillas del mundo. Bajo su mandato, y el de su hijo Ptolomeo II Filadelfo, la biblioteca comenzó a tomar forma alrededor del 283 a.C.
La construcción de la biblioteca fue un esfuerzo monumental. Se erigió en el barrio real de Alejandría, cerca del puerto, donde los barcos llegaban cargados no solo de mercancías, sino también de manuscritos. Los Ptolomeos implementaron una política única: cualquier libro que llegara a la ciudad debía ser entregado a la biblioteca para ser copiado. El original se guardaba en la biblioteca y la copia se devolvía a su dueño. Así, la colección creció rápidamente, albergando cientos de miles de rollos de papiro que contenían obras de filosofía, ciencia, literatura y arte.
Entre sus estanterías se encontraban los trabajos de Homero, Sófocles, Eurípides, y Aristóteles. Los eruditos de todo el mundo acudían a Alejandría para estudiar y debatir. La biblioteca no solo era un depósito de libros, sino también un centro de investigación y enseñanza. Se dice que Arquímedes, Euclides y Eratóstenes caminaron por sus pasillos, sumergidos en sus pensamientos y descubrimientos.
Una anécdota fascinante cuenta que Eratóstenes, el bibliotecario jefe, fue el primero en calcular la circunferencia de la Tierra con sorprendente precisión. Utilizando simples sombras y geometría, demostró que el conocimiento podía trascender las fronteras del tiempo y el espacio.
Sin embargo, la biblioteca también fue testigo de tiempos oscuros. Durante la guerra civil entre Julio César y Pompeyo, en el 48 a.C., un incendio accidental provocado por las tropas de César arrasó parte del puerto y, con él, una sección de la biblioteca2. Aunque la biblioteca continuó existiendo, nunca recuperó su antiguo esplendor.
El golpe final llegó siglos después, cuando el emperador romano Teófilo ordenó la destrucción de los templos paganos en el 391 d.C. La biblioteca, considerada un bastión del conocimiento pagano, fue saqueada y sus libros dispersados o destruidos. Así, el faro de Alejandría se apagó, dejando tras de sí un vacío que resonaría a lo largo de los siglos.
¡Semejantes Rollos!
En las tierras de Israel, los escribas hebreos compilaron textos sagrados que formarían la base de la Biblia. Los Rollos del Mar Muerto, descubiertos en las cuevas de Qumrán, contienen algunos de los manuscritos más antiguos de estos textos, preservando enseñanzas y leyes que han influido en la civilización occidental durante milenios.
¿Qué Papel jugó Cian Lun?
En el año 105 d.C., en el corazón del antiguo imperio chino, un eunuco de la corte imperial, llamado Cai Lun, se enfrascó en hacerse la vida más fácil. En su mente, se entrelazaban las imágenes de pergaminos y tablillas, pesados y difíciles de manejar, con la visión de un material más ligero y accesible para la escritura. Fue entonces cuando, inspirado por la naturaleza y la necesidad, Cai Lun comenzó a experimentar con diversas fibras vegetales, mezclándolas con agua y prensándolas hasta obtener una delgada lámina que, al secarse al sol, se transformaba en un soporte perfecto para la escritura.
Este invento, que hoy conocemos como papel, no solo facilitó la conservación de documentos, sino que también marcó el inicio de una nueva era en la transmisión del conocimiento. Las fibras de morera, cáñamo, lino y otros materiales vegetales se convirtieron en los ingredientes mágicos de esta fórmula que revolucionaría la comunicación escrita. En las manos de los escribas chinos, el papel se transformó en un lienzo donde se plasmaban poemas, tratados científicos y registros históricos, preservando para la posteridad la sabiduría de una civilización milenaria.
La noticia de este invento se extendió como un susurro en el viento, cruzando montañas y ríos, hasta llegar a otras culturas que adoptaron y perfeccionaron la técnica. En el lejano Japón, los artesanos mejoraron el proceso, creando papeles de una delicadeza y resistencia inigualables. En el mundo islámico, el papel se convirtió en el soporte de vastas bibliotecas y centros de conocimiento, como la Casa de la Sabiduría en Bagdad, donde se traducían y preservaban las obras de los grandes pensadores de la antigüedad.
Pero como en toda historia, el papel también tuvo sus momentos de oscuridad. Durante siglos, los secretos de su fabricación fueron celosamente guardados, hasta que, en el siglo VIII, tras la batalla de Talas, los prisioneros chinos revelaron el proceso a sus captores árabes. Así, el conocimiento del papel se extendió hacia el oeste, llegando a Europa a través de la península ibérica, donde los molinos de papel comenzaron a surgir en el siglo XII.
Te apuesto que de este papel no tenías Conocimiento
En las selvas de Mesoamérica, los antiguos mayas, con su mirada fija en las estrellas y su mente absorta en los misterios del cosmos, encontraron en la corteza del árbol de amate un medio perfecto para preservar su vasto conocimiento. Este material, conocido como papel amate, se convirtió en el lienzo donde los escribas mayas plasmaron sus códices, documentos que contenían desde complejos cálculos astronómicos hasta relatos mitológicos y registros históricos.
El proceso de creación del papel amate era un arte en sí mismo. Los mayas recolectaban la corteza interna del árbol de amate, la cual era hervida con cal para ablandarla. Luego, las fibras resultantes eran golpeadas y extendidas hasta formar una hoja delgada y resistente. Este papel, flexible y duradero, era ideal para la creación de códices que podían ser doblados en forma de acordeón, facilitando su almacenamiento y transporte.
Los códices mayas, como el Códice de Dresde, son testigos silenciosos de una civilización que dominaba la astronomía con una precisión asombrosa. En sus páginas, los mayas registraron ciclos lunares, eclipses y movimientos planetarios, conocimientos que utilizaban para predecir eventos y planificar ceremonias religiosas. Además, estos códices contenían información sobre rituales, genealogías y leyes, reflejando la complejidad y riqueza de la cultura maya.
Se sabe que, durante la conquista española, muchos de estos códices fueron destruidos por los misioneros, quienes los consideraban obras paganas. Sin embargo, algunos lograron sobrevivir, escondidos en cuevas y templos, protegidos por los descendientes de los antiguos escribas. Estos documentos, redescubiertos siglos después, han permitido a los arqueólogos y estudiosos modernos desentrañar los secretos de una civilización que, aunque desaparecida, sigue viva en sus escritos.
El Conocimiento, La Era Digital y Tú
Hoy, mientras lees este artículo desde tu laptop o móvil, estás participando en una tradición milenaria de transmisión del conocimiento. Desde las pinturas rupestres hasta los jeroglíficos, desde las tablillas cuneiformes hasta los códices mesoamericanos, cada avance ha sido un paso hacia la democratización del saber.
Piensa en esto: así como aquellos antiguos escribas y artistas dejaron su huella en la historia, tú, de seguro, también tienes algo valioso que compartir. Tal vez posees conocimientos o habilidades que podrían ser útiles para otros.
De seguro, alguien en este mundo está necesitando saber lo que tú ya sabes.
El no enseñar lo que se sabe es, a mi parecer, un acto de mezquindad y egoísmo.
Después de todo, ¿para qué sirve lo que sabes si no lo transmites? Porque el que no sirve, no sirve.
En la era digital, tienes la oportunidad de impactar positivamente a personas de todo el mundo, no solo como espectador, sino como protagonista.
Si alguna vez has pensado en compartir lo que sabes, ahora es el momento. Puedes ser parte de aquellos que, a través de la Internet, transmiten conocimiento y marcan la diferencia.
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